lunes, 21 de mayo de 2012


LAS COSAS Y SUS INTRÍNGULIS
  
               Un perro no es una cosa. El amor no es una cosa. Los suspiros no son cosas. Tampoco tenerte es una cosa. Las cosas tienen su alma particular. Se dan a desear. Un día están y otro no. Se pierden como un castigo. Las llaves, la peineta. El vuelto. El telefonito. Aparecen porque uno le rezas a San Pafnuncio. A veces han sido causa de divorcio. Otras suicidios. A mí las cosas me gustan mucho. Tienen una alma jocosa como de la comedia del arte. Son capaces de ocultarse cien años y aparecen, magia, como obras de arte. A veces lo único pretendido es el buen gusto, para que uno ignore el traje rojo y escoja el negro. Punto    
           Hay de pérdidas a pérdidas. Lo que sucede es el pecado pagadero: si cometo la falta pierdo al marido, al brazalet o el perro bienamado. Así cuestan. Las cosas tienen almita. Allí están tan quitadas de la pena, pero si las buscas a gritos se ocultan más, si lloras aún más, y si te suicidas…es tu problema. Me encantan las cosas. El peine, la mecedora, el sofá, los jabones  y las servilletas bordadas.
             Cuando las cosas dejen de fascinarme: las agujas, los hilos de colores, el tupé del abuelo y la vieja almohada larga de mi hermano, habré llegado al final. Porque el encanto de las cosas es absolutamente sagrado e inocente. Y si no díganme que es más útil en la vida que un palito de paleta helada…                                                                             
MLM

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