LAS COSAS Y SUS
INTRÍNGULIS
Un perro no es una cosa. El amor no es una
cosa. Los suspiros no son cosas. Tampoco tenerte es una cosa. Las cosas tienen
su alma particular. Se dan a desear. Un día están y otro no. Se pierden como un
castigo. Las llaves, la peineta. El vuelto. El telefonito. Aparecen porque uno
le rezas a San Pafnuncio. A veces han sido causa de divorcio. Otras suicidios.
A mí las cosas me gustan mucho. Tienen una alma jocosa como de la comedia del
arte. Son capaces de ocultarse cien años y aparecen, magia, como obras de arte.
A veces lo único pretendido es el buen gusto, para que uno ignore el traje rojo
y escoja el negro. Punto
Hay de pérdidas a pérdidas. Lo que
sucede es el pecado pagadero: si cometo la falta pierdo al marido, al brazalet
o el perro bienamado. Así cuestan. Las cosas tienen almita. Allí están tan
quitadas de la pena, pero si las buscas a gritos se ocultan más, si lloras aún
más, y si te suicidas…es tu problema. Me encantan las cosas. El peine, la
mecedora, el sofá, los jabones y las
servilletas bordadas.
Cuando las cosas dejen de fascinarme: las agujas, los
hilos de colores, el tupé del abuelo y la vieja almohada larga de mi hermano,
habré llegado al final. Porque el encanto de las cosas es absolutamente sagrado
e inocente. Y si no díganme que es más útil en la vida que un palito de paleta
helada…
MLM
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